El verdadero dios es la Tierra y la ONU es su profeta. Nubes de fuego y torres de humo (Éxodo, 13:17) se avistan en el horizonte del futuro. Un clímax pero a la inversa, donde todos los números son negativos, en una serie infinita que nos aproxima irrevocablemente a la catástrofe, según la ONU. Pero cuando un ciego guía a otro ciego, los dos acaban en el barranco (Mateo 15:14), así que más vale ver a ciencia cierta si las profecías de la ONU han tenido cumplimiento o no, pues la cronología del Apocalipsis es algo que va con retraso de décadas, siglos o milenios, en un ajuste de relojes para tener en cuenta desde el calendario maya del fin del mundo a la última predicción fallida de la ONU.
Pero el mileurista es un ser entre milagrero y milenarista que cree en la debacle del sistema, porque caiga el árbol al norte o caiga el árbol al sur, lo único cierto es que no se levantará (Eclesiastés 11:3). Y en su inacción/indecisión, entre consumo y consumo de noticias indigestas cree en su salvador, el Estado, que a golpe de decreto, de bastonazos sobre las aguas del Nilo, detendrá las plagas sucesivas, e inaugurará la nueva primavera de un reino universal, o un gobierno mundial, (que los reyes son ya cosa desfasada), y los buenos momentos, los golpes de suerte volverán a la existencia, pues mañana traeré a tu territorio la langosta, que cubrirá toda la Tierra (Éxodo 10:4). Y la renta universal, o el marisco perpetuo, se posará sobre todos los bolsillos.
Y el profeta de la ONU clamará en todos los medios (de prensa), es decir, por toda la Tierra, la buena nueva del advenimiento de la nueva China, el contaminante mayor, que pasa de controles en su industria.